La Navidad Olvidada
Recuerdo mi infancia cuando empezaba a oír de la cercanía de la Navidad. Aunque no entendía su significado, se sentía en el aire el aumento de un entusiasmo y alegría, que no se presentaba en otros momentos especiales del año. Al ir celebrándola con mi familia a través de los años, implícitamente, fui entendiendo de qué venía tanta expectación.
Así, la Navidad se fue convirtiendo en mi celebración favorita.
Ahora, ya no soy tan niña y el significado que un día le dí a la Navidad sigue intacto en mi corazón, aunque lo veo muy distinto a mi alrededor.
Para ti, ¿Qué es la Navidad?
Te contaré primero mi historia. Este no es el cuento que me leyeron en alguna ocasión, tampoco es lo que me enseñaron en el colegio católico en el que estudié mi primaria, es lo que mi corazón fue captando a lo largo de los años con la experiencia de lo que oía y veía a mi alrededor, en familia, amigos, vecinos y desconocidos.
Este es mi propio Cuento de la Navidad Olvidada, la que recuerdo hoy.
Inicia con una niña que crece junto a sus padres y hermano en un barrio pequeño y humilde de la ciudad donde nació. Papá comerciante, con una pequeña quincalla en un local en casa, que le daba la flexibilidad para ayudar a cuidar a los niños, cuando Mamá que es enfermera tiene que ir a trabajar. Así que ambos, Niño que es 2 años mayor que Niña, viven tranquilos y felices, jugando, estudiando, comiendo y durmiendo.
Como se ha dicho, era un barrio pequeño y humilde, lleno de gente trabajadora y sencilla, donde todos los de la cuadra se conocían y se saludaban al pasar ante las puertas o ventanas abiertas de las casas. No abundaba el dinero, pero sí el cariño y el respeto.
Las Navidades eran alegres, la gente sonreía contenta porque la celebración de algo importante se acercaba, una pequeña pareja se colocaba en una choza más humilde que las casas del barrio donde estaba, pero se colocaba en un lugar especial, en la sala, en el comedor, en una estancia, sobre una mesa, en ese rincón solitario hasta ese día o en el pasillo por donde todos pasan, para que lo vean al cruzar. Esa pareja eran José y María rodeados de pequeños animalitos que se encontraban allí cuando llegaron.
El Nacimiento se colocaba siempre en familia, todos participábamos de una u otra forma, aunque la acciones de los Niños no fuera tan coordinada como la de los Padres. Así se iban colocando uno a uno los miembros de este particular escenario.
La Choza de paja y barro, el hogar, el escondite del fuego que albergan los corazones desolados y necesitados de amor y compañía.
La Fuente, llena de agua de vida, que humedece los labios del espíritu con su suavidad pero incontrolable voluntad. Materia única, extraña y mágica.
El Puente, que une mundos, corazones y espíritus libres.
El Camino, que te lleva a horizontes desconocidos.
El Musgo, llena de esperanza el paisaje y nos demuestra que la unión hace la fuerza y que aunque seamos muy distintos, siempre podremos encontrar una razón para trabajar juntos. Que lo que parece imposible, puede lograrse si realmente se desea.
Las Luces, el brillo de las estrellas lejanas, un universo de posibilidades, los secretos del tiempo, pasado, presente y futuro juntos.
El Buey, la fuerza que marca el suelo para extraer de él el fruto de vida, la lentitud de su presencia, que no necesita de la rapidez, la dulzura de una mirada, que muestra un corazón noble.
Las Ovejas, con sus pequeños corderos, la familia, todos juntos, arropados con sus abrigos de lana ante la noche fría en el campo, cuidándose unos a otros.
Los Perros, fieles trabajadores que no abandonan sus obligaciones, responsables, inteligentes y juguetones.
Los Gatos, cómo dejarlos por fuera, siempre presentes, observadores de todo y de todos desde lo alto de algún andamio, techo o rama. La independencia total.
Las Gallinas y Gallos, la presencia del matriarcado que llevan con pico duro y pensar recto, en un plumaje suave y apariencia indefensa.
Las Palomas, blancas, grises o de cualquier otro color, en realidad, no importa, su gorgojeo suave y constante que se oye como una arrullo que relaja a todos y su presencia suave que indica vida y libertad.
Los Conejos, el valor personificado. ¿Qué valor? Sí, valor. Porque aunque llenos de miedo, se enfrentan al mundo: disfrutan de jugar al sol en las mañanas, de los pastos tiernos por las tardes y se acurrucan juntos de noche, con la satisfacción de haber logrado algo extraordinario durante el día. Tuvieron miedo, lo enfrentaron y vivieron plenamente ¡Un día más!
Las Pastoras y Pastorcillos, el trabajo bien hecho, la presencia permanente de la visión de un futuro que se construye con la constancia y a veces en soledad, pero con el apoyo de otras soledades.
El Ángel, que anuncia un algo nuevo, un algo bueno, un algo que tu cuerpo siente que viene a ti, si te dejas llevar de la fantasía y de la magia que un aleteo de alas te puede brindar.
José, el protector, el valor, los pilares de la fuerza.
María, la ternura, la paciencia, la inquebrantable cadena que lo une todo, que lo puede todo.
y por supuesto, llenos de alegría los niños se ponen el 24 de Diciembre a las 12 de la noche, porque van a recibir al miembro más importante de la familia que se crea ese día, colocan en el pesebre...
El Niño Dios, que va llenar nuestras almas de inocencia, a nuestro corazón lo dejará soñar sin límite alguno y nuestros ojos podrán recrearse con asombro, cada día, de las maravillas del mundo.
Así, la niña creció y trata todos los días y implementar en su vida el mensaje de esta hermosa tradición, el mensaje que el Niño Dios trajo a todos las mujeres, hombres, niños y no tan niñas que hay en este mundo, un mensaje que debemos heredar a los demás con nuestros actos y que debemos vivir cada segundo de nuestras vidas.
La Navidad es la presencia de una alegría infinita por la oportunidad de compartir con todos los que están a nuestro alrededor, la oportunidad de ofrecer más que de recibir o pedir, el compartir con los íntimos desde nuestra alma y sentir la presencia de los que ya no están.
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